Se nos ha inculcado, durante años, que había que hacer cursos y quien no los realizaba se encontraba un paso por detrás en gestión de personas. Porque estos han sido necesarios y oportunos; porque han servido como moneda de cambio; porque han permitido justificar situaciones concretas; porque había que estar a la moda con algunas temáticas…
Y así, con estas razones y con otras, hemos convivido durante años.
Pero llega un fatídico momento en el cual ya “hemos hecho muchos cursos” (o demasiados) y continuamos con las mismas necesidades/problemas (de desempeño y de rendimiento).
Mantenemos nuestras dificultades comunicativas, pero ya hemos hecho los cursos de esta materia y quizá alguno de coaching; no conseguimos trabajar como auténticos equipos, pero hemos realizado varios talleres con metodologías outdoors; tenemos personas no sencillas y conocemos todos los conceptos de inteligencia emocional…
Y ante perspectiva, ¿qué podemos hacer? La necesidad sigue ahí y no podemos hacer cursos… como hasta ahora. La respuesta parece sencilla: estructurar procesos de aprendizaje, para que las personas progresen, se desarrollen, mejoren, etc. y realmente aprendan lo que les va ayudar a su desempeño y a su rendimiento.
Ahora bien, realizarlo es algo más laborioso. Ya que tenemos que identificar con precisión qué se necesita y para qué, analizar cómo es la forma más eficaz para aprenderlo (hemos impartido cursos de TPM, Ofimática, Habilidades sociales, Visión estratégica, etc. ¡con la misma metodología!), concretarlo y contextualizarlo a una realidad específica y estructurar un proceso en el tiempo (de acciones complementarias y progresivas) para que se produzca el aprendizaje.
Quizá así las personas aprendamos y lo notemos.