El aprendizaje silencioso

Al situarme frente a ese espejo, que es reflexionar un poco sobre uno mismo, veo “reflejadas en mi rostro” actitudes, enfoques, miradas, planteamientos, maneras, estrategias… que he aprendido de otras personas, con las que he compartido situaciones y momentos, tanto en el ámbito personal como en el ámbito profesional.
Al hacer esa parada, me voy relatando: cómo me enfrento a las situaciones que aparentan no tener solución, creo que lo hago igual que…; cómo tomo decisiones que afectan a otros, utilizo los criterios de…; cómo pongo en valor el sentido común, me lo inculcó…; cómo discrimino lo esencial de lo superfluo, me ayudó a verlo…; cómo fijo la estrategia para conectar con alguien, visualizo las acciones de…; cómo descubro las cosas positivas de las personas, me fijo en…; cómo no conformarme con lo evidente, me lo inspiró…; cómo considero otros puntos de vista diferentes al mío, me orienta…
Aunque no sea totalmente exacto todo lo descrito, me hace ilusión creer que soy, en parte, una “composición de cachitos” de otras personas que han formado parte de mi vida, o la forman.
Porque uno es consciente de sus grandes maestros y maestras, aquellos que me han enseñado las claves de mis capacidades actuales, sólo después de tomarse un receso frente al espejo.
Este aprendizaje, en ocasiones, es tan silencioso que no somos conscientes de sus bondades y, sobre todo, de su procedencia. Creemos como propio, algo adquirido y asimilado de otras personas con las que hemos convivido. Es este maravilloso aprendizaje silencioso, desde la reflexión, un aprendizaje sirimiri.

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