Los aprendizajes secundarios proporcionan textura y matices a nuestras ideas, a nuestras argumentaciones y a nuestras relaciones con otras personas. Decoran nuestra realidad. Nos acompañan y nos facilitan la comprensión acerca de escenarios complejos y, en algunos casos, nos ayudan a simplificar para poder actuar en ellos.
Los aprendizajes secundarios integran conocimientos variopintos, elementos de cualquier tipo y variables con y sin control; todos ellos cobran forma en la transferencia (desplazamientos aplicados) y en la consideración de las consecuencias derivadas de las actuaciones. La capacidad de transferir un conocimiento (en el sentido más extenso del concepto), de una disciplina cultural, deportiva, filosófica… a nuestro escenario de trabajo técnico, se convierte en uno de los grandes retos del aprendizaje. Con la aplicación de este saber, se transciende lo técnico.
Por todo ello, los aprendizajes secundarios nos incrementan los puntos de vista. Nos ofrecen numerosas formas de entender las realidades. Con ellos, nos podemos colocar las gafas de colores que queramos para interpretar las situaciones.
Somos lo que hacemos, las veinticuatro horas del día; otra cosa es que lo apliquemos y lo pongamos en valor de manera fragmentada o no. Esto último nos exige cierto estado de alerta. Porque se trata de que elementos invisibles tomen cuerpo en nuestro día a día.