Aprendizaje y plasticidad

Nos recuerdan, en numerosas ocasiones, la plasticidad del cerebro como un elemento fundamental en nuestro desarrollo, siempre para apalancar los argumentos de que algo es posible. Ante este mensaje posibilista, que está muy bien, pensemos también que la plasticidad no es ilimitada.

Nuestra estructura neuronal permite esta plasticidad. Desde las criaturas “esponja” (atribución otorgada por su permeabilidad inagotable) hasta una persona en edad adulta, la capacidad se mantiene, aunque de manera diferente, a lo largo de la vida. Esta estructura neuronal posee el andamiaje oportuno en donde ocurren todas esas conexiones (las conocidas y las nuevas).

El cerebro se modifica y se enriquece gracias a la plasticidad. En realidad, gracias a las experiencias, al aprendizaje derivado de ellas. Cada episodio de aprendizaje se transforma en un enriquecimiento. Y ya sabemos: lo que se trabaja, se robustece.

Simplificando la plasticidad: capacidad para la generación de nuevas conexiones a partir de los efectos provocados por las experiencias (en el sentido más extenso del concepto), entonces “nada nos impide aprender, nada está en nuestra contra”.

La realidad en algunas organizaciones parece contradecir este principio.

Si limitamos las conexiones (entre personas, entre equipos, entre diferentes) o restringimos esas posibilidades de conexión, como nos ofrece la plasticidad cerebral, empobrecemos a cada persona, en nuestra organización,

A cualquier edad, somos criaturas esponja, aunque nuestra capacidad de absorción no sea la misma.

Solo hay que ponerlo “fácil”, un marco y contextos favorables. Fluidez de relaciones, fomento de la curiosidad, promoción de retos, proposición de responsabilidades, etc. Una plasticidad consumada en las personas.

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