Viviendo en una economía que tiene como sustento fundamental el consumo, lo que a veces denominamos aprendizaje (aunque nos estemos refiriendo a cursos) no está exento de esta tendencia .
Numerosas organizaciones ya han puesto en marcha muchísmos cursos -de todo tipo- y alguno de ellos, repetido varias veces, por el intento de mejorar, refrescar y/o consolidar determinados aspectos.
Con el tiempo (no hace falta que transcurran muchos años), los aspectos abordados en esos cursos siguen sin resolverse, las personas continúan necesitando lo mismo que cuando llevaron a cabo el primero de ellos.
Y ante esta situación, ¿qué hacemos? Muchas organizaciones consideran que ya no pueden volver a ello, porque ya lo consumieron: el curso y sus conceptos. Y agotaron la posibilidad de abordarlo, quedando sin significado y sin aplicación.
La formación la hemos convertido, en algunos casos, en objeto de consumo y, en el peor de los casos, en objeto de intercambio.
Para salirnos de este bucle ¿cómo trabajamos una cultura de aprendizaje para que se integre en el día a día, para que no sea algo diferente a la actividad de las personas, para que transcienda a los cursos? ¿qué proponemos y cómo para que las relaciones y los hábitos de las personas se articulen hacia el aprendizaje permanente?
Entonces dejaría de ser un objeto de consumo para pasar a ser un “estilo de vida”.