En las comidas y cenas navideñas, solemos incorporar sobremesas más largas de lo habitual. Lo invita la celebración o, simplemente, se ha quedado como una rutina en estos acontecimientos, desconociendo su origen.
Si uno escucha esas conversaciones, como un figurante separado un par de metros del escenario, encuentra que en las palabras compartidas, en las mil veces repetidas historias, en la forma de entender las situaciones, en los valores que se aplican a los distintos problemas en la actividad profesional y en lo personal, están hablando de uno mismo, como un retrato narrado, “yo soy ellos”.
¿Y cómo es posible que haya tanto de uno mismo en esas palabras? ¿En qué momento se ha incorporado tanto elemento intangible a mi reportorio (comportamientos, valores, criterios, principios, etc.)? ¿De qué manera eficaz han calado y me he apropiado de ellos? ¿De qué forma hemos compartido nuestras vivencias y experiencias para que esto se produzca? ¿Quién, si es que lo ha habido, ha sido el/la promotor/a de estos aprendizajes? ¿Cómo podemos tener la sensación de que no hemos cambiado demasiado y sin embargo somos “mucho mejores”?
El aprendizaje exige tiempo y esfuerzo, no como receta de la abuela y propuesta desfasada de otros tiempos. El aprendizaje, como proceso que es, necesita acciones secuenciadas, acciones interrelacionadas y acciones “arbitrarias”. Significa movimiento continuado, actividad permanente, siendo yo el protagonista.
¿Cómo podemos hacer la cultura del aprendizaje en nuestra organización?