Tiempo de aprendizaje

La sensación de perder el tiempo, siempre se presenta desde una visión cortoplacista, utilitarista y, sobre todo, desajustada. Componemos esa extraña asociación entre llevar a cabo acciones de manera permanente, con fundamento y sin él. Y el aprovechamiento del tiempo. ¿Sinónimos? Eso parece.

Solemos mezclar eficacia, acumulación y satisfacción. De esta manera, nos sentimos activos mientras las situaciones se suceden, quizá sin demasiado calado, y nos enorgullece esa variedad. Rige la máxima “Muéstramelo y así lo aprendo”, todo a la misma velocidad.

El aprendizaje se produce, se asienta y se interioriza en un proceso en el tiempo y modulado por los tempos de cada persona. Y desde esas ejecuciones personales se pone en valor el conocimiento aprendido. Se manifiesta como su expresión.

Y en ese proceso, se dan ocasiones de las denominadas “pérdida de tiempo”, cuando realizamos actividades de poco valor (“mi tiempo vale mucho”), cuando conversamos, escuchamos o permanecemos en silencio (”mis reflexiones superan a las de cualquiera”), cuando paramos en el camino (“la vida son dos días y hay que vivirlos a tope”).

¿Qué parte de nuestro criterio para la toma de decisiones delicadas, de nuestra habilidad para las relaciones interpersonales saludables, de nuestra capacidad para la interpretación oportuna de una realidad viene determinada por algunas pérdidas de tiempo?

Quizá si hiciéramos menos cosas, le otorgaríamos un sentido a cada una de ellas. Y así las incorporaríamos de una manera diferente en nuestro repertorio. Quizá aprenderíamos más. Raíces y profundidad.

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