Las responsabilidades en el aprendizaje

Cuando se enfrentan a procesos de aprendizaje, algunas personas consideran “que las cosas les tienen que suceder”, es decir, que deben ocurrir más allá de su actitud, su disposición y sus acciones. Con este planteamiento, se logra lo que se logra. Parece evidente.
Uno de los grandes retos, en ese escenario, es provocar la generación de algún tipo de compromiso, previo al inicio, para transformarlo en el sentido del proceso de aprendizaje.
En nuestro enfoque, diferenciamos dos tipos de responsabilidades y las atribuimos a quienes componen dicho proceso.
La responsabilidad del resultado es de la persona participante. El deseo, la curiosidad y la inquietud nacen, crecen y se desarrollan en cada una/o de nosotras/as y, por tanto, son los elementos movilizadores del saber y del querer, además de otros externos y de contexto, que también contribuyen.
La responsabilidad del proceso recae sobre quien estructura, guía y da forma a las acciones de aprendizaje. Quien conoce el ámbito de conocimiento, quien establece los niveles de complejidad, quien determina los criterios de eficacia y utilidad en función del conocimiento de partida, quien secuencia las actividades y otros, genera el marco necesario para ello.
Aunque se identifica “responsable principal” por ámbito, se precisa la complicidad de ambos para alcanzar auténticos logros.

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