El tiempo del aprendizaje

Para que los aprendizajes se perciban como tales, se necesitan recorrer numerosos caminos y vivir alguna aventura. Los aprendizajes están repletos de experiencias, sentimientos y errores, que se acumulan en el tiempo.

Pero las unidades de tiempo que manejamos hoy, son pequeñas, o diminutas. Tenemos que estar activos de manera permanente, hacer muchas “cosas” y muy variadas. Y así, la mayoría de los acontecimientos se nos presentan breves y, en infinidad de ocasiones, superficiales. Se ha establecido el parámetro de medida con criterios de abundancia o, lo que es lo mismo, de “seudoexperiencias”. Se pierde valor por lo pequeño y por lo rápido. Así creamos una dispersión de tiempos.

Así, en pretendidos escenarios de aprendizaje, hacer algo una vez ya es suficiente, porque ya está hecho y ya está consumido. Y derivado de esto: “ya me lo sé”, como si el aprendizaje fuera un estadio que alcanzar y una posición estática.

La comprensión y la interiorización de nuevos elementos necesitan tiempo, su tiempo; lo mismo que las experiencias, para que calen y podamos profundizar.

Por ello, la continuidad (los hilos conductores y las conexiones) y la fluidez dentro de esos caminos abonan los pasos del aprendizaje. La experiencia desde la continuidad ofrece el progreso del conocimiento y el dominio. La concentración sobre un hilo de acciones en el tiempo favorece los procesos de aprendizaje. No hay hoy experiencia de continuidad.

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