Se está incorporando, cada vez con más frecuencia, la idea de que “las personas son responsables de su aprendizaje” y con ello, el autoaprendizaje se perfila como la pieza fundamental. Y, algunas veces, cuando escuchamos estas palabras, quizá por el tono en que se expresan, se provoca una duda sobre el trasfondo de las mismas.
Ese tono parece proponer que si las personas no aplican el autoaprendizaje (como si fuera la única manera de aprender) es su problema; ya que está en su mano y no son capaces de aprovecharlo. Nos recuerda a afirmaciones de manuales de autoayuda: “si no cambias es porque no quieres, todo está en ti…” (perdón por la asociación).
Y estamos de acuerdo, cómo no lo vamos a estar, que la persona es responsable de su aprendizaje.
En las organizaciones, que realmente apuestan por el aprendizaje, se reparten otros roles. ¿Quién define una Política Estratégica de Aprendizaje? ¿Quién ubica a la persona en el centro de esa Política de Aprendizaje, con todas sus consecuencias? ¿Quién se responsabiliza de la estructuración de los procesos de aprendizaje con criterios eficacia? ¿Quién realiza la combinación de metodologías y modelos de interacción para su adecuación a las personas? ¿Quién genera oportunidades, escenarios y espacios para el aprendizaje? ¿Quién diseña proyectos como instrumentos de aprendizaje?…
En otros momentos, decíamos que la responsabilidad de los procesos de aprendizaje, asumidos todos los roles alrededor del aprendizaje eficaz, pivotan sobre la organización; sobre esta base y estos principios, los resultados de ese aprendizaje están en la persona.
Así, la persona es corresponsable de su aprendizaje.