Aprendizajes secundarios (II)

Como ya tenemos inoculado en nuestro cuerpo y además se encuentra grabado a fuego lo de “tenemos que ser rentables y competitivos, tener beneficios en el corto plazo” y cosas por el estilo, uno se pregunta:

¿para qué sirve comprender un poema, trasladar –sin pericia- un amanecer a un papel, disfrutar columpiando a tus hijos, escuchar los sonidos de tus propias pisadas en un hayedo en otoño?

¿para qué sirve descubrir las secuencias de vuelo de un pájaro, practicar baloncesto de manera sistemática, interpretar la sabiduría de la persona tras una conversación, valorar los movimientos en una partida de Quarto o de ajedrez, acercarse a otras culturas para ser un poco ellos?

¿para qué sirve mimetizarte por un momento o por toda una vida, cuestionarse la idoneidad y oportunidad de algunas acciones cotidianas, pretender tomar decisiones para que sus consecuencias las vivan los nietos y las nietas, tomarse una cerveza, o dos, sin prisa, etc.?

¿Qué tiene que ver todo esto con ser un gran técnico o especialista? Supongo que todo. Todo ello nos capacita y nos enriquece. Y cuando encaramos una decisión, una acción, un problema, una disyuntiva, un conflicto, un temor, una incertidumbre, todo lo anterior nos ayuda a resolverlo, porque “lo técnico” está afinado por cientos de matices, no técnicos.

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