“Uno no sabe de lo que es capaz de hacer hasta que lo hace”. Y esto, en numerosas ocasiones, se convierte en una grata y poderosa sorpresa, para uno mismo y para los que están a su alrededor.
Esta premisa parece una obviedad, pero se cumple en muchas menos ocasiones de lo que sería deseable en los entornos organizacionales, desde el punto de vista del aprendizaje.
¿Cómo se regula lo que supone un reto para una persona en su proceso de aprendizaje? ¿Cómo se articula un progreso de acciones que partan de las capacidades individuales y sirvan para incrementarlas? ¿Qué elementos se deben dominar para abordar situaciones inciertas y, en algunos casos, desconocidas? ¿Quién establece todo esto?
En este caso, como en muchos otros, el movimiento y la propia acción se convierten en los factores correctores esenciales hacia el acierto y el progreso, acompañados de los temores y la eficacia.
Así, en el reto del aprendizaje en las organizaciones, una de las tareas clave reside en proponer y articular “situaciones oportunidad”, en las que las personas sientan que se les está “exigiendo” y que el “éxito” depende de conjugar sus capacidades y su potencial; así como, en alimentar las condiciones con confianza, autonomía y curiosidad.